
Recuerdo haber abierto los ojos. Mi cara descansaba en su pecho y su mano reposaba suave en mi hombro mientras mi brazo derecho bordeaba sus caderas. La luz que entraba en la habitación era más clara que la de costumbre, levanté la vista sin moverme por temor a despertarle, la luz de la luna llena que pasaba entre las delgadas nubes formaban un efecto de débil arco iris el cual contemplé por largo rato mientras mi mano sigilosa se movía hasta su pecho para acariciarle.
Su dorso desnudo era tan cálido y su piel tan tersa como inmaculada, no quería despertarle, me sentía tan bien estando juntos compartiendo nuestro secreto en el lugar en que tantas veces dimos rienda suelta a nuestros más oscuros y carnales deseos mezclados con el amor que sentíamos mutuamente. Pero ahora la situación era tan apacible, tan lejana de la lujuria, tan llena de paz que solo me dediqué a disfrutar de su compañía, de tenerle junto a mí tan cerca el uno del otro.
Acerqué más mi cuerpo al suyo, como queriendo unirlos por siempre, aunque sabía que eso era imposible, le abracé como nunca antes, ni si quiera en los momento del clímax de nuestros encuentros, besé sublime y apasionadamente su pecho aun con el temor a apartarle de sus sueños ya que tenía la impresión de que estaba placidamente acomodado en los brazos de Morfeo. Cuanta envidia me daba.
Un suspiro salió de mi boca al mismo tiempo que su mano presionaba suavemente mi hombro, levanté la vista y vi su rostro mirándome fijamente, cada vez más cerca hasta el punto en que nuestros labios se encontraron en un silencioso y ansioso beso, para después sin separar nuestros cuerpos seguir soñando el mismo sueño…