Ahí estabas, sentado como siempre sobre la cama apoyado en la fría pared verde primavera, con tus audífonos en los oídos y tu reproductor en la mano. Mirabas como la lluvia caía en esa tarde de invierno. En la calle los autos pasaban precavidos y sus luces iluminaban las gotas que caían.
No dijiste nada en cuento entré a la habitación. En realidad ni siquiera sé si advertiste mi llegada.
No lo resistí, me quité el abrigo mojado y sólo lo tiré al suelo, tomé la cámara que estaba sobre la cómoda y comencé a fotografiarte. La luz era la adecuada, no necesité del flash. Tú no saliste de tu estado de catarsis. Aún estabas ahí impávido, demasiado sumergido en tus ideas, muy, muy adentro en tu cabeza en tu mundo privado. Y a mí, que amo contemplarte sólo me ignorabas o no advertías mi presencia. No sé si en algún momento te invadí, pero en realidad tú no estabas allí.
Una y otra vez, el sigiloso ruido del obturador era lo único que rompía aquel silencio eclesial.
No pasaron más de unos minutos hasta que volviste de tu viaje. No te sorprendiste al verme ahí junto a ti tomándote fotografías, como si hubieses estado al tanto de eso todo el tiempo. Lento y sublime giraste el rostro y me dedicaste una de esas hermosas sonrisas tuyas. Yo, yo no pude resistir más y me arrojé a tus brazos.
1 comentario:
ña!..están irreal... me encantó, es como desseperado... ay!
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